Por Antonio Pulgar Martínez
Coordinador de Estudios de ONG FIMA
Recientemente se ha difundido el libro “Chile tiene futuro desde sus territorios: Minería verde para enfrentar la emergencia climática”, elaborado por Fundación Encuentros del Futuro (FEF), la Comisión Desafíos del Futuro del Senado, el Centro de Estudios del Cobre y la Minería (Cesco) y el Congreso Futuro. Dicha publicación declara profundizar las reflexiones en torno a la “posición estratégica” de Chile ante los desafíos globales en torno a la mitigación y adaptación al cambio climático, dando cuenta de la importancia que la industria nacional tiene para efectos de la transición energética y la implementación de la electromovilidad.
Como primer punto, cabe preguntarse ¿qué tiene de verde esta propuesta de minería? Los atributos declarados de la “minería verde” dicen relación con mecanismos que apuntan a hacer más eficientes los recursos utilizados para el proceso de extracción del mineral, la incorporación de las variables de cambio climático a las operaciones y el encadenamiento productivo y tecnológico de la industria. Así, no existen reflexiones en torno a la escala de los proyectos asociados a la minería, ni a la relación con los ecosistemas, ni mucho menos a la consideración de las comunidades en la planificación y toma de decisiones relativa al impulso de la minería. Más bien, es otro barco que parece ya haber zarpado, reiterando las mismas lógicas extractivas que nos han conducido a la crisis planetaria, pero ahora con un presunto fin altruista de mayor alcance.
Lo anterior se hace evidente con el llamado explícito hacia una “minería verde” que conecte con “la responsabilidad ética de Chile con la humanidad”, dando paso a una relegitimación de nuestra “vocación minera”, que sería esencial para que los países industrializados puedan dar el paso hacia la carbono neutralidad. Esta búsqueda de sensibilización ética por la humanidad olvida que más que héroes, somos víctimas de la depredación sin límites para la extracción de componentes ambientales, buscando impulsarnos hacia un sacrificio de nuestros ecosistemas, comunidades y personas que habitan estos territorios apuntados.
Aspectos como la profundización de la explotación de litio o el desarrollo del hidrógeno verde dan cuenta de que estamos ante un discurso que parece ser conocido, un intento de legitimación del discurso extractivista, que, en forma de eficiencia y consideración de la biodiversidad, pretende alargar las formas de operación de la minería en Chile. Como si bastara de un compromiso de apellido “Verde” para que olvidemos el largo historial de infracción de normas ambientales en pos del desarrollo minero, la escaza participación de las comunidades en el otorgamiento de concesiones o, derechamente, el daño a ecosistemas claves para el proceso de mitigación y adaptación al cambio climático. Así entonces, lo que se propone es avanzar en la extracción de los materiales esenciales para las baterías de litio, a costa del agotamiento de las cuencas de salares, o por medio de la exportación de hidrógeno verde desde Magallanes, desalando agua en ecosistemas marinos prístinos de baja salinidad.
Todo pareciera indicar que detrás de la promesa de eficiencia y reducción de impactos, lo que se busca en sostener la estructura de extracción en la periferia global, acompañada de la acumulación de las rentas generadas en el norte global. Pareciera fácil dar este paso en defensa de la humanidad, cuando sabemos que los impactos y externalidades negativas se alojan en las comunidades más vulnerables.
Justamente, el problema no es solo la eficiencia en el desarrollo de la actividad. Mejorar el uso de energías, ecosistemas y los recursos implicados es, sin duda, un desafío esencial para la transformación de la matriz productiva nacional e internacional. Pero aquello no le otorga el adjetivo de verde a dicha actividad. En la medida de que la transformación productiva no sea capaz de integrar las lógicas de la transición socioecológica justa y la justicia ambiental, que haga posible la diversificación de las economías, sus escalas y mecanismos de redistribución de cargas y beneficios, estaremos aún en el escenario de las falsas soluciones, lejos de cumplir nuestro deber ético para con las generaciones futuras.
Columna publicada en El Desconcierto – 05/01/2022