[caption id="attachment_6370" align="alignleft" width="178"]Rodrigo Pérez. Abogado.  ONG FIMA Rodrigo Pérez. Abogado ONG FIMA[/caption] Los pasados 8 y 9 de Abril de este año fueron días que marcaron un hito que quedará archivado en la memoria colectiva como el día en que Santiago colapsó. Efectivamente la ciudad colapsó en una escalada impensada, y en circunstancias que nos dejan en completa incertidumbre respecto a nuestra capacidad de acción frente a alguna contingencia medioambiental y urbana; en particular sobre cómo nuestras autoridades evalúan la capacidad de carga de una determinada zona. Es decir, cuánta presencia de proyectos de diversa índole, que afectan el medio ambiente, es capaz soportar una ciudad sin que un “imprevisto” pueda generar una crisis en los sistemas de vida de las personas. Así como un iniciado en el ajedrez enfrentando a leyendas como Fischer, Capablanca o Kasparov, cuesta mucho percatarse del instante en que las piezas del tablero se ordenan en espera de ese factor detonante que genere la reacción en cadena. Solo teníamos una cierta noción de que las autoridades se encontraban reunidas para analizar los posibles efectos de un sistema frontal, pero aparte de eso, nada nos alertó. Hasta que durante la mañana del sábado Aguas Andinas, que en la Región Metropolitana abastece a 27 comunas del gran Santiago, anunció un corte en sus servicios, dejando a más de 1 millón de habitantes sin agua. Detengámonos por un momento en esta secuencia que apenas está empezando, y analicemos las particularidades. El corte fue motivado por altos niveles de turbiedad en el río Maipo, provocados por rodados que afectaron la pureza de las aguas. Durante esa jornada llamó la atención a varios expertos la facilidad con que este fenómeno se produjo, lo que aparentemente se debió a que las nieves que antes contenían el efecto de las lluvias, están desapareciendo, afectando directamente el suelo y facilitando el deslizamiento. Las causas han sido constantemente discutidas, llamando la atención la escasa mención a fenómenos como el cambio climático (seguramente para algunos, esto sigue siendo un mito), y aunque en algún minuto las miradas apuntaron al proyecto hidroeléctrico Alto Maipo (cuya evaluación ambiental deja una estela de cuestionamiento a la labor de los órganos encargados de velar por la preservación ambiental), lo cierto es que no hay una teoría concluyente. Pero avancemos en el relato de lo que pareció ser una “serie de eventos desafortunados”. De pronto el sistema frontal se nos manifestó, generando un efecto considerablemente distinto al que estábamos preparados. Cayó la lluvia, vino el desborde del río y posteriormente las inundaciones: un efecto dominó manifestado en perfecta sincronía. En este punto, la influencia del hombre fue aún más intensa y su intervención en los factores ambientales, desencadenó que los fenómenos climáticos descritos hayan tenido un efecto a gran escala. La negligencia de una empresa constructora en la prevención de riesgos y la más que cuestionable planificación urbana de una ciudad, que fácilmente queda en jaque en periodos invernales, fueron factores relevantes que facilitaron que la comuna de Providencia quedara insólitamente inundada. La sumatoria mencionada no es en lo absoluto una descripción casual o accidental. Un corto vistazo a nivel país, nos permite ver casos en que fenómenos climáticos derivan en desastres ambientales. Mientras comunas como Providencia sufrieron con las inundaciones, en la región de Atacama los habitantes aún no se recuperan del desborde de los tranques de relaves provocado por el aluvión del pasado 28 de Marzo del 2015. Aun cuando estemos hablando de casos que difieren en circunstancias y consecuencias, no es menos cierto que en ambos subyace un elemento común: la falta de cuidado de particulares y de autoridades. En razón de ello, se hace necesaria una verdadera reflexión crítica respecto a la distribución de externalidades negativas y, en especial, se hace importante detenernos a vigilar y medir cómo el medio ambiente, ya sea concebido ante nuestros ojos como un paisaje prístino o bien como un centro urbano, es capaz de soportar la carga generada por proyectos de inversión. La reflexión a conciencia conlleva a la prevención; es decir, al uso de herramientas tanto técnicas como jurídicas por parte de los órganos con competencia ambiental para anticipar una conmoción ambiental adversa. Por fortuna de todos los santiaguinos, las consecuencias de lo vivido hace un par de semanas, por muy negativas que hayan sido, no generaron un perjuicio similar al caso de la Región de Atacama. Pero lo que es evidente, es que circunstancias como las recién acontecidas, nos obligan a poner atención a las sinergias que se generan en una determinada zona geográfica, vale decir, y ahí donde surjan voces tanto en autoridades o en la sociedad civil, que obliguen a considerar verdaderas perspectivas de orden territorial a través de los instrumentos de gestión ambiental correspondientes, estos sean implementados de manera cierta y eficaz, de modo que la decisión de incorporar nuevos proyectos, considere incluso lo vulnerables que podemos ser ante cualquier fenómeno de la naturaleza. De lo contrario sólo nos remitiremos la práctica acostumbrada: el conteo de daños. En definitiva, solo a través de la comprensión de las sinergias territoriales, podremos aspirar a un sistema capaz de leer los movimientos de Kasparov, y anticiparnos a ese instante en que las piezas del tablero estén listas, esperando ese elemento que las active. Esa es la disyuntiva: o comprendemos las sinergias, o afrontamos las sumatorias.]]>

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