Por Ezio Costa Cordella

Director Ejecutivo en ONG FIMA

«La forma en que hemos planteado el desarrollo, sólo basado en el crecimiento, y este a su vez basado en la explotación de la naturaleza, ha sido parte del problema».

En su columna (del domingo último), el señor Pérez Mackenna se expresa en torno a cómo la protección del medioambiente debe compatibilizarse con el crecimiento económico. Me parece útil hacer algunas precisiones, a la vez que mostrar puntos en los que puede existir un acuerdo.

Sobre la supuesta oposición entre protección ambiental y desarrollo, se detecta una primera confusión que es común. Quienes abogamos por la protección ambiental, también creemos en el desarrollo, pero no podemos pretender que ese desarrollo se base exclusivamente en el crecimiento económico ni tampoco que ese crecimiento sea a costa de la destrucción de nuestro patrimonio común. Esto, sobre todo si va a significar beneficios para quienes están en posiciones favorecidas y perjuicios para quienes se encuentran en posiciones vulnerables, o si comprometerá el bienestar de las generaciones futuras.

La simplificación de las métricas de desarrollo, mirando solo la variable del crecimiento, es un problema, pues nos deja ciegos a las múltiples dimensiones del bienestar, mirando solo aquella que tiene que ver con el bienestar material, que por supuesto es importante, pero no puede ser tenido como el único objetivo de nuestra organización social. Por lo demás, la supuesta causalidad entre el mayor crecimiento económico y la mayor protección del medioambiente observada en los años 1990 y llamada “Curva de Kuznets”, ha sido controvertida en las décadas posteriores.

Por otro lado, el hecho de que los bienes naturales no son infinitos y por lo tanto no pueden explotarse indefinidamente es una realidad ineludible, la primera ley de la termodinámica nos condiciona; no puede producirse crecimiento infinito en un sistema que sí tiene límites. A eso se adiciona el límite de los procesos sobre los que se sostiene la vida, como el del agua, el suelo, los flujos bioquímicos y el clima, siendo que ya hemos superado cuatro de los nueve límites de este tipo (U. de Estocolmo). La forma en que hemos planteado el desarrollo, sólo basado en el crecimiento, y este a su vez basado en la explotación de la naturaleza, ha sido parte del problema.

Otra parte, ha sido no reconocernos como parte de la naturaleza y dependientes de ella. En este sentido, el señor Përez Mackenna hace una apreciación imprecisa al creer que el reconocimiento de los derechos de la naturaleza es contradictorio con las mejoras en derechos sociales. Reconocer derechos a la naturaleza no significa dejar de aprovecharla, ni tampoco las mejoras en derechos sociales requieren de mayor explotación de la misma. Así por ejemplo, una naturaleza más cuidada genera mejoras considerables en materia de salud pública y de desarrollo económico a escala local, mientras hace posible que avancemos hacia una economía que no sea primaria y extractiva.

Coincidimos, sin embargo, en que la búsqueda del desarrollo debe ser un motor de nuestra sociedad. Un desarrollo inclusivo, armónico y sustentable nos mueve como colectivo, y nos conecta con los cambios que vienen sucediendo a nivel global. No es tarea fácil imaginar los caminos de ese desarrollo, pero al menos sabemos que el que venimos recorriendo es autodestructivo. Recuperar ecosistemas, generar empleos verdes y construir una economía baja en carbono es un esfuerzo central, que requiere de mucho conocimiento en materia ambiental y económica, de saber conectarse y relacionarse con el mundo y, sobre todo, de tener la convicción de que debemos avanzar institucionalmente hacia el siglo XXI y no repetir ni tributar a recetas retrógradas.

 

Columna publicada en La Tercera – 29/11/2021

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