- Por Constanza Dougnac, Coordinadora de Comunicaciones de ONG FIMA
Con el avance de la crisis climática y ecológica se ha evidenciado mediante diversos estudios, el impacto desigual que esta tiene sobre las mujeres, en particular por la asociación que existe entre género y labores de cuidado que históricamente les han sido asignadas.
En ese contexto, al ser las encargadas de ir a buscar agua, recolectar alimentos, y hacerse cargo en general de las labores domésticas y de subsistencia de la familia, muchas de ellas se ven más expuestas a las inclemencias meteorológicas.
Además, otro factor son las desigualdades estructurales, como el desmedro en el poder adquisitivo, lo que las hace necesitar de los recursos naturales, pero no poder ser dueñas de ellos.
Esto no es una situación que ocurra solo en lugares que culturalmente vemos como muy lejanos. También sucede en nuestro país. Al respecto, es interesante analizar el Sexto Reporte Estado del Medio Ambiente, publicado por el Ministerio de Medio Ambiente.
Sin embargo, por estos mismos roles, la necesidad de adaptarse frente a los cambios del ambiente, y los impactos directos que estos tienen en sus vidas, las mujeres han debido tomar acción.
Así las hemos visto actuando contra la contaminación que impacta a todo su entorno familiar, como lo que ocurre en las denominadas zonas de sacrificio y otros lugares a lo largo de Chile; en el rescate de sus tradiciones, como lo hacen las mujeres Kawésqar o Changas o Aymarás, o Mapuche, y tantas otras pertenecientes a de cada uno de los pueblos originarios presentes en nuestro país; defender el agua como lo hacen en Petorca, Aculeo y muchos lugares asolados por los monocultivos; y así una suma y sigue de catástrofes, en su mayoría producto de las acciones humanas, que tienen directo impacto en el clima.
Pero siempre se hace evidente que la defensa territorial no es suficiente y las demandas han de escalar al sistema político y jurídico, encontrándose muchas veces con una nueva barrera de acceso, que castiga el conocimiento empírico por no haber pasado por la academia y no tener los recursos para contratar expertos externos al territorio.
Y a pesar de todo lo anterior, en Chile, las mujeres siguen en la lucha por el cuidado del medio ambiente. Como mencionamos antes, desde las necesidades del territorio y el conocimiento al que se llega a través de la observación y vivencias, pero también desde la academia y la sororidad para llevar las voces de esas mujeres a otros lugares donde deben ser escuchadas.
Ocupar espacios de incidencia nacional no ha sido fácil y los logros no siempre son lo suficientemente impactantes en términos mediáticos. Pero poco a poco, se ha ido construyendo un sistema, que si bien, sigue teniendo muchas falencias, está más adelante que lo que había hace 30 años.
Es necesario aprovechar este momento para reconocer esa labor a personas como Berta y Nicolasa Quintremán, Adriana Hoffmann, Flavia Liberona, Sara Larraín, Katta Alonso, Cristina Dorador, Marcela Mella, Miriam Chible y tantas otras que corrieron la barrera de los mínimos que hoy entendemos como aceptables cuando hablamos de medioambiente.
Junto con la experiencia concentrada en estas mujeres, nuevas defensoras se ponen al servicio del medioambiente. Formando una retroalimentación de conocimientos, recordándonos que la lucha seguirá y que es urgente tener presente la justicia intergeneracional para abordar la actual crisis planetaria.
Nuevas generaciones que no pueden olvidar que su camino también será seguido por otras y así sucesivamente, los saberes recogidos por sus predecesoras, serán la mejor herramienta para enfrentar el futuro.
Columna publicada en El Desconcierto – 08/03/23