Hay momentos en que la vida nos sorprende dolorosamente. Más bien, brutalmente. Eso es lo que nos ha pasado con la muerte de Douglas Tompkins. Para algunos, sus más cercanos, simplemente Doug, como a él le gustaba que lo llamaran.
En Chile dicen que no hay un muerto malo y eso no es verdad. Pero en el caso de Doug él era, realmente, bueno. Tanto que tal vez le quedó “chico” a este país, que no comprendió que alguien con la fortuna que él tenía pudiera desprenderse de grandes cantidades de tierras para ayudar a conservar el medio ambiente y así contribuir a la vida del planeta.
Lo conocí cuando él empezó su “cruzada” por la conservación ambiental en Chile. Tuvo toda la oposición que alguien pudiera imaginar. Los políticos consideraban que lo que él planteaba era una farsa y recurrieron a todos los argumentos posibles para desacreditarlo. Tejieron las más absurdas teorías e incluso algunos voceros importantes de la Iglesia católica se unieron a ellas. El tiempo, sin embargo, se encargó de demostrar que todas las terorías fantasiosas eran falsas y sus intenciones eran genuinas. En fin, su altruista labor fue un verdadero calvario pero la verdad, al fin, se impuso.
Ha fallecido un gran hombre, al cual Chile le debe mucho. Zonas que hasta el momento de su llegada al país eran casi desconocidas, como Palena, se abrieron a la mirada del mundo, y de las autoridades que las consideraban “marginales”, aunque en sus discursos dijeran lo contrario.
El Parque Pumalín fue, tal vez, una de sus grandes hazañas. La protección de los árboles nativos como los alerces centenarios, fue una de sus grandes preocupaciones, a despecho de lo que las personas encargadas de cuidarlos hacían. Hoy, si Chile posee uno de los parques públicos más grades del país, se debe a su empuje en contra de la corriente que lo trataba de hundir.
Es cierto que para algunos era una persona no fácil de aceptar, pues tenía una idea muy clara respecto de lo que se debía hacer, la cual no siempre era entendida por los demás. Sin embargo, algo había en él que lo llevaba a seguir con su causa: era su férreo convencimiento y la voluntad de lograr sus objetivos, disponiendo para ello de su patrimonio personal, que si bien era cuantioso para los ojos nacionales, era muy pequeño en vista de sus inquietudes. En fin, fue un visionario, incomprendido por la mezquindad de este país y de algunos de sus gobernantes que recelan de todo lo que no es convencional a sus ojos. Si Tompkins hubiera sostenido que esas grandes extensiones de terrenos iban a ser destinadas al negocio forestal, tal vez, lo habrían recibido como un “generador de riquezas”, pero como su fin no era destruir sino conservar, era mirado con suspicacia. Como dice un viejo dicho hipócrita y muy criollo: “Cuando la limosna es muy grande hasta el Santo desconfía”.Y así sucedió, para desgracia de nuestra patria.
El destino quiso que muriera en nuestro país, al cual amaba más que cualquier chileno.
No es mi intensión hacer un panegírico de un gran hombre. Doug no lo necesita, su obra está a la vista de todos. Sólo deseo llamar la atención sobre nuestra desconfianza tan arraigada que nos impide reconocer las obras buenas. Ojalá aprendamos la lección y reconozcamos las acciones fecundas, vengan de quien vengan.
Hoy seguramente los bosques están muy tristes; se ha ido un gran defensor de ellos.
Querido Doug, descansa en Paz, acá nosotros te extrañaremos.
Fernando Dougnac Rodríguez Presidente, ONG FIMA. ]]>