Por Camila Bustos Romero

Era el primer viernes de primavera, mi padre había planeado hace mucho tiempo que fuésemos los dos hacia el glaciar la Paloma.  Estuve emocionada por varias semanas sobre este gran día, lo tenía marcado en mi calendario de la pieza, había juntado lo necesario para llevar a cabo esa gran y extenuante caminata de la que me había contado mi padre durante todo este tiempo. 

El me regaló unos zapatos de talla pequeña especiales para senderismo, los tenía guardado debajo de mi cama en su caja, intactos esperando el glorioso día, de vez en cuando iba abrirla para poder atesorarlos, nunca había tenido algo así y sabía que mi padre se había esforzado mucho para regalármelos. 

Tenía preparada la mochila para empezar la excursión con todo lo que había en la lista que me había dado mi papá: bloqueador, calcetines, agua, cambio de camiseta y mi peluche “Mili”.  Y así fue como en la mañana del viernes partimos nuestro viaje. Ahí estábamos a punto de entrar a la mágica reserva Yerba loca. Él con su mochila muy distinta a la mía pesaba como cien kilos, me preguntaba por qué su lista había sido tan diferente a la mía. 

A mi padre le apasionaba el senderismo, las excursiones y la historia. Mientras caminábamos me iba contando cada interesante dato que él había investigado sobre la reserva. Me dijo que este lugar servía de refugio de arrieros y que se presentaban ocupaciones desde las culturas prehispánicas, eso me sonaba muy llamativo porque en el colegio recién habíamos visto esa materia en historia. Yo iba muy feliz caminando al lado de él escuchando cada una de sus palabras mientras lo daba todo de mí en el sendero. Paramos varias veces a descansar, las bocaradas de aire puro llenaban mis pulmones, mientras veía esas inmensas montañas en el horizonte. 

La fauna y la flora me llamaban mucho la atención, mi papá me señalaba cada especie que se cruzaba ante nuestra vista, de repente vimos un ratón que el llamó orejudo, me asusté, pero por suerte fue una aparición muy rápida. En el cielo vimos diversos tiuques volando y pudimos escuchar varios en el trayecto. 

Había oscurecido y yo ya no daba más, tenía la lengua afuera y mis pies zapateaban, mi padre armó la carpa y nos sentamos a comer mirando el cielo estrellado sobre nuestras cabezas, me dijo que el camino era agotador pero que mañana sí que me sorprendería cuando viera los glaciares. No esperaba poder sorprenderme más asiqué ansiosa comí toda mi comida para recuperar fuerzas y avanzar rápido.

Ya era de día, ordenamos y limpiamos todo, sin dejar rastro de nuestra estancia ahí y le agradecimos a la naturaleza por hospedarnos esa noche.

En el camino mi padre me señaló que en este santuario de la naturaleza corrían diferentes aguas, la del estero Yerba loca que no podíamos tomar, porque viene cargada naturalmente con alto contenido de minerales y la de Leonera que si podíamos beber. Cuando la vi corrí a introducir mi mano en aquel arroyo tan cristalino y probé el agua más pura que pude haber tomado.

Luego de varias horas, al fin estábamos frente al solemne glaciar la Paloma, era lo más maravilloso que había visto a mis pocos años de vida, imponente de altura y majestuosidad. Mi papá hizo una pausa dramática frente al gran glaciar y me dijo, cuídalo, enséñaselo a tus hijos y que sus hijos a sus hijos y así sucesivamente porque algo así de mágico debe preservarse y le cayó una lagrima, algo que nunca olvidaré y quedo marcado a fuego en mi corazón.

Más tarde me explicaría que gracias a su existencia se mantiene un equilibrio hídrico que mantiene la biodiversidad y brinda agua a otras personas, usó un montón de términos científicos que no retuve, pero inmediatamente supe solo con verlo que su existencia valía más que oro.

Después de aquel viaje íbamos siempre una vez al año juntos a ver la magnificencia que guarda ahí la naturaleza y a cuidarla. Ya van más de 25 años desde aquello.

Hoy es el día en que les cuento estas historias que me enseñaste padre. Llevo a mis hijos a presenciar el glaciar por primera vez y a enseñarles la importancia de preservar la naturaleza y mantener aquella reserva importante de agua dulce intacta. Para que así luchen por ella tal como lo hubieses hecho tú si estuvieras aquí y vieras lo que está pasando ahora.

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