En la naturaleza no hay basura. En la naturaleza todo lo que podría ser considerado un desperdicio, como los cuerpos muertos de los animales, las fecas, las hojas secas, se reintegran a la naturaleza en un ciclo sin fin.
Cuando los seres vivos mueren o producen desechos, los organismos detritívoros, que comen materia orgánica en descomposición, y los descomponedores, los transforman en suelo fértil. Bacterias, hongos, insectos, lombrices, escarabajos y milípedos, entre muchos otros organismos del suelo, son el centro de reciclaje de la naturaleza. Los minerales y los nutrientes que formaban parte de cuerpos o desechos, por la acción de estos organismos, quedan listos en el suelo para reintegrarse al ciclo de la vida y ser absorbidos por las plantas a través de las raíces. En este proceso además, el suelo acumula el carbono que tanto necesitamos remover de la atmósfera, quedando con una estructura, nutrientes e idoneidad para el desarrollo de la vida, que favorecen el crecimiento vigoroso de las plantas y el funcionamiento natural del ciclo del agua.
En estos días de otoño se hace evidente el aumento del volumen depositado en bolsas de basura por la caída de las hojas de árboles deciduos. Este material, que en los ecosistemas naturales compone la hojarasca, y forma parte del manto orgánico del suelo en los bosques naturales, permite la regeneración del bosque en el tiempo y el reciclaje de materia y nutrientes. Esa capa de hojarasca, producida por las plantas, sostiene múltiples formas de vida del suelo, y mediante su descomposición, los minerales y nutrientes pueden volver a integrarse a las plantas nuevamente, circulando los nutrientes más escasos e incrementando el contenido de carbono en el suelo. En la hojarasca se alojan también las semillas, que encuentran un entorno idóneo en términos de humedad, temperatura y estructura para su germinación y posterior crecimiento.
En la ciudad, el compostaje de la hojarasca y de todos los residuos orgánicos es una alternativa real al desecho de esta valiosa materia prima. Los residuos orgánicos no son basura y componen un 58% de los residuos domiciliarios. En dos o tres meses, con un manejo adecuado, estos residuos se transforman en compost, permitiendo almacenar carbono, mejorar calidad estructural y nutritiva de nuestros suelos y macetas, idealmente destinados a cultivar hierbas, hortalizas y frutales sin necesidad de requerir de fertilizantes ni pesticidas sintéticos. Estas plantas serán sanas y vigorosas, con menor necesidad de riego, y estaremos produciendo alimentos deliciosos, saludables y nutritivos, que no han consumido combustible en su producción ni traslado, que no han contaminado suelos, agua, aire ni personas con agrotóxicos, y que nos devuelven un poco de ruralidad a la urbe.
Los ciudadanos podemos compostar todos nuestros residuos orgánicos. Haciendo esto, los vertederos tendrán una vida útil más larga, los camiones recolectores tendrán un recorrido más eficiente, consumiendo menos combustible y contaminando menos, y tendremos al poco tiempo un material precioso.
Es tiempo de contribuir de manera intencionada y consciente en el cierre de los ciclos ecosistémicos de materia y energía de nuestra ciudad. Aprendamos a reconocer y valorar los verdaderos tesoros que tenemos cada día en nuestras manos.