Las comunidades son clave para salvaguardar el océano de Chile

Las soluciones provienen de la innovación popular, los derechos indígenas y las protecciones efectivas, según los participantes de un taller sobre gobernanza oceánica organizado por Dialogue Earth y FIMA.
Por Fermin Koop.

En la última década, Chile se ha convertido en un líder mundial en conservación marina, al menos sobre el papel. El país ha recibido elogios internacionales por designar más del 40% de sus aguas territoriales como áreas marinas protegidas (AMP) y por liderar iniciativas oceánicas internacionales. Sin embargo, en una reciente reunión celebrada en la ciudad costera de Viña del Mar, en el centro de Chile, los participantes de grupos de la sociedad civil, organizaciones indígenas, el mundo académico y comunidades costeras describieron un panorama más complejo.

Dialogue Earth y la ONG chilena FIMA reunieron a más de 30 participantes en un taller celebrado en julio para evaluar la gobernanza oceánica del país y explorar vías de avance. El taller puso de manifiesto la preocupación por las deficiencias en la aplicación de la ley, las presiones de las industrias extractivas y la exclusión de partes interesadas clave. Pero también destacó los poderosos esfuerzos locales para recuperar la gestión del mar.

La reunión se celebró bajo la regla de Chatham House, que prohíbe a los asistentes revelar la identidad o afiliación de los demás. Por lo tanto, Dialogue Earth no identifica a los ponentes individuales en este artículo.

Triple crisis oceánica

Los ecosistemas marinos de Chile se enfrentan a presiones crecientes en tres frentes interrelacionados: el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación.

Los efectos del calentamiento global en el océano, como el aumento de las temperaturas, la acidificación y la migración de especies, están alterando los ecosistemas de formas impredecibles. “La ciencia es nuestra prueba”, afirmó uno de los expertos del taller. Se pidió una mayor aportación científica en la elaboración de políticas marinas.

Al mismo tiempo, las prácticas de pesca industrial, como la pesca de arrastre de fondo, siguen destruyendo hábitats vitales como los bosques de algas marinas. Y la sobreexplotación de las algas marinas amenaza la base de la cadena alimentaria marina. La contaminación por plásticos, la escorrentía de nutrientes y los efectos de la acuicultura del salmón —incluido el uso masivo de antibióticos y el vertido de residuos— han creado zonas muertas y degradado las aguas costeras en muchos lugares a lo largo de la extensa costa chilena.

A pesar de la extensa red de AMP del país, estas amenazas persisten, en parte porque las protecciones a menudo sólo existen en teoría. Los participantes destacaron la falta de planes de gestión, la insuficiencia de la supervisión y la limitada inclusión de las comunidades locales o indígenas en varias zonas supuestamente protegidas. Otra cuestión que se planteó fue la dificultad de identificar a los beneficiarios finales de las empresas involucradas en la pesca ilegal o la contaminación, una laguna crítica en la gobernanza oceánica chilena.

Otros participantes señalaron que, a pesar de la elevada cifra global del 40% de los océanos de Chile que se encuentran bajo protección, existen importantes lagunas en la red. En el centro de Chile, por ejemplo, solo una pequeña parte de las aguas costeras está protegida, a pesar de su alto valor ecológico y humano.

Conservación de base: refugios marinos y más allá

Teniendo en cuenta estos retos, el taller presentó iniciativas locales que ofrecen una visión más esperanzadora de la gestión marina. 

Uno de estos modelos es el refugio marino. En estas zonas gestionadas por la comunidad, no se permite ningún tipo de extracción. En la Región de Valparaíso, las comunidades pesqueras artesanales han establecido cinco refugios de este tipo en colaboración con la Fundación Capital Azul. Estas zonas, que incluyen Maitencillo y Cachagua, son supervisadas tanto por científicos como por pescadores, estos últimos se encargan de hacer cumplir las normas y de educar a las generaciones más jóvenes. Con el tiempo, especies como el abulón (conocido localmente como «locos») y los erizos de mar han regresado, al tiempo que se ha profundizado la cohesión de la comunidad.

“Al principio hubo resistencia, la gente temía perder el acceso a especies clave”, relató un pescador durante una visita de campo a Maitencillo. “Pero hemos llegado a comprender que proteger una parte del océano garantiza su abundancia para todos en el futuro”.

Otras iniciativas de la sociedad civil incluyen el uso de la ciencia ciudadana para supervisar y regular la recolección de algas marinas, que son esenciales para la biodiversidad y el almacenamiento de carbono. Una de las presentaciones del taller detalló un proyecto de cartografía de algas marinas y defensa de la protección del hábitat en el que participan grupos locales del norte de Chile.

El taller también abordó las herramientas de transparencia que están ayudando a supervisar las industrias marinas. Por ejemplo, organizaciones como Global Fishing Watch están utilizando imágenes satelitales e inteligencia artificial para rastrear buques pesqueros, detectar actividades ilegales y reforzar la aplicación de la ley. Como dijo uno de los participantes en el taller, «no se puede gestionar lo que no se ve». 

El poder de la educación y la imaginación

Más allá de las herramientas tecnológicas y legales, muchos participantes destacaron la necesidad de una transformación cultural. Organizaciones chilenas como Aula de Mar y Oceanósfera son pioneras en iniciativas de educación oceánica, desde programas escolares con temática oceánica hasta grupos de natación en aguas abiertas y talleres prácticos de identificación de algas.

“La conservación no se limita a la biodiversidad”, afirmó uno de los participantes. “Se trata de las emociones, los recuerdos y las historias que compartimos con el mar”.

El equipo de Oceanósfera en una feria de ciencias en Valdivia, en el sur de Chile, en 2023. La fundación ha desarrollado más de 20 recursos educativos marinos como libros, juegos y afiches (Imagen: Pablo Lloncón)

 

Estos programas tienen como objetivo cultivar una conexión “biocultural” con el medio marino, animando a las personas a ver a las ballenas, los peces y los crustáceos no solo como recursos, sino como seres con los que compartimos un territorio. Algunos participantes hablaron de una “imaginación oceánica” que amplía el marco ético de la gobernanza para incluir el cuidado entre especies y los futuros colectivos.

Gobernanza indígena de los océanos

Un tema recurrente a lo largo del taller fue la exclusión de los pueblos indígenas de la toma de decisiones sobre el mar. Esto ocurre a pesar de que Chile ha ratificado acuerdos internacionales como el Convenio 169 de la OIT, que supuestamente garantiza el derecho de los pueblos indígenas a la autodeterminación.

“Existe racismo estructural en las políticas costeras”, afirmó un participante del taller. “La inclusión no es un favor. Es un derecho”.

Las comunidades y redes de todo Chile luchan por recuperar los espacios marinos ancestrales y los sistemas de conocimiento, pero se puede hacer más. Los participantes en el taller coincidieron, por ejemplo, en que las Áreas Marinas Costeras de Pueblos Indígenas (ECMPO), consagradas en la legislación chilena para permitir la cogobernanza marina indígena, siguen siendo ignoradas y carecen de recursos suficientes. 

Cita destacada: “Existe racismo estructural en las políticas costeras. La inclusión no es un favor. Es un derecho”.

Para muchas comunidades, la gobernanza marina no es simplemente un marco burocrático que debe cumplirse. Se trata de vivir con y dentro del océano. El consenso general en el taller fue que comprender esto requiere un cambio de los modelos verticales hacia estructuras de cogestión que se centren en las voces y los estilos de vida indígenas. 

El papel global de Chile y sus contradicciones

El taller también profundizó en el potencial liderazgo de Chile en la gobernanza internacional de los océanos, en particular a través del tratado sobre la biodiversidad más allá de las jurisdicciones nacionales (BBNJ, por sus siglas en inglés). Adoptado tras dos décadas de negociaciones, el tratado tiene por objeto proteger la biodiversidad en alta mar y promover la equidad en el uso de los recursos marinos.

Chile ha desempeñado un papel activo en estas conversaciones y ha expresado su interés en acoger la secretaría del BBNJ en Valparaíso, una medida que los participantes consideraron tanto simbólica como estratégica.

“Si el Sur Global va a ser parte de la solución, debe liderarla”, señaló uno de los ponentes. Acoger el tratado podría ayudar a acercar el centro de la diplomacia marina a la realidad de países de primera línea como Chile.

Sin embargo, los participantes también señalaron las tensiones entre las aspiraciones internacionales de Chile y la realidad interna. Destacaron ejemplos de la brecha entre la retórica y la implementación: la expansión continua de las granjas de salmón en zonas costeras sensibles, la débil aplicación de los derechos indígenas y los limitados avances en la conservación local.

Avanzando

Al concluir el taller, se llegó a un consenso: una gobernanza oceánica significativa en Chile requiere algo más que declaraciones. Necesita procesos inclusivos, transparentes e impulsados por la comunidad que respeten tanto los ecosistemas como a las personas que dependen de ellos.

Entre las prioridades clave citadas por los participantes se encuentran el fortalecimiento de la implementación de las AMP con una participación genuina de la comunidad y los pueblos indígenas, y el apoyo a modelos de base como los refugios marinos y las ECMPO. Además, ampliar el conocimiento sobre los océanos a través de la educación, el arte y la participación pública, y garantizar la trazabilidad total y la responsabilidad corporativa de la pesca y la acuicultura.

Lo más importante es que los participantes pidieron un cambio cultural más profundo: pasar a considerar el océano no sólo como un espacio que hay que regular, sino como un ser vivo con el que todos estamos entrelazados y del que debemos cuidar.

Como reflexionó una persona durante los momentos finales del taller: “Debemos hablar del océano, sin olvidar las costas y las comunidades que viven allí”.

UNOC3: la línea azul que conecta Francia, Brasil y el mundo

  • Por Macarena Martinic, coordinadora de empoderamiento y participación pública en ONG FIMA; y Felipe Cárcamo, analista de programa en ONG FIMA.

Esta semana, Niza se convertirá en el epicentro de la política oceánica global. A orillas del mar Mediterráneo, se está celebrando la tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Océano (UNOC3), una instancia que marcará el ritmo de los compromisos internacionales por el futuro del mar.

Su lema, “Trabajando juntos por una gestión sostenible de los océanos”, no podría ser más pertinente: en plena cuenta regresiva hacia 2030, la UNOC3 busca articular ciencia, política y acción concreta para enfrentar el deterioro acelerado de los océanos del mundo.

El programa oficial contempla diez paneles temáticos que abordan grandes desafíos de la gobernanza marina: desde la restauración de ecosistemas costeros y profundos, la reducción de la contaminación y el impulso a la pesca artesanal, hasta la promoción de economías oceánicas sostenibles, el financiamiento azul y la aplicación del derecho internacional reflejado en la Convención del Mar (UNCLOS). La diversidad y profundidad de estos temas reflejan que el futuro del océano está directamente vinculado con la justicia climática y social.

Aunque la Declaración Final de UNOC3 no será jurídicamente vinculante, su borrador ya apunta a compromisos concretos en restauración de ecosistemas, financiamiento azul y cumplimiento del Tratado de Alta Mar (BBNJ por sus siglas en inglés), que podrían marcar el rumbo hacia la próxima Conferencia de las partes de Cambio Climático de Belém 2025. De esta manera, la conferencia se perfila también como una etapa decisiva en la carrera por ratificar y poner en marcha el nuevo Tratado de Alta Mar, el cual, pese a los llamados políticos para que entre en vigor antes de la COP 30, todavía necesita ser ratificado por 29 países más.

Línea azul

La idea de una “línea azul” que conecte Niza con Belém ya ha sido adoptada por líderes globales. En diciembre de 2024, los presidentes Emmanuel Macron y Luiz Inácio Lula da Silva firmaron la declaración conjunta “De Niza a Belém”, comprometiéndose a avanzar en gobernanza oceánica, descarbonización marítima y ratificación del tratado BBNJ. Meses después, desde Valparaíso, Chile y Francia reforzaron ese compromiso con una declaración propia, apuntando al liderazgo conjunto para proteger la alta mar y combatir la pesca ilegal.

Pero estas señales diplomáticas deben ser valoradas con realismo. La brecha entre las declaraciones y la acción efectiva es aún demasiado amplia. Alta mar, que representa más del 60% del océano global, sigue siendo un territorio con reglas débiles o nulas, gobernado por intereses fragmentados y con graves déficits de fiscalización. Las Áreas Marinas Protegidas carecen, en la mayoría de los casos, de presupuesto suficiente y monitoreo.

Y la presión industrial sobre los océanos no cesa: minería submarina, expansión portuaria sin evaluación ambiental estratégica, proyectos energéticos en el océano, entre otros, avanzan sin normas claras ni mecanismos de justicia ambiental.

Latinoamérica juega un rol decisivo

La región posee vastas zonas marinas bajo jurisdicción nacional y un capital ecológico incomparable. Países como Chile y Costa Rica ya han ratificado el Tratado BBNJ. México, Perú, Colombia, Argentina y otros, avanzan a distintas velocidades, convirtiendo a la articulación en nuestro gran desafío.

Necesitamos un bloque regional que impulse la implementación de este nuevo tratado con criterios de justicia ambiental, participación pública y de pueblos indígenas, y equidad intergeneracional.

Chile, en particular, tiene una oportunidad histórica. Además de ser uno de los primeros países en ratificar el Tratado de Alta Mar, ha postulado oficialmente para albergar la Secretaría permanente del mismo en la ciudad de Valparaíso, “la joya del Pacífico”. Esta decisión, si se acompaña de coherencia interna, podría posicionar al país como líder global en política oceánica. Pero ese liderazgo no puede convivir con la expansión de industrias contaminantes en zonas costeras, ni con una visión de “industrialización verde” que ignora los límites ecológicos y sociales del mar. Ser sede del tratado requiere algo más que voluntad: exige coherencia.

Columna publicada en Biobío Chile – 11/06/25