Por Matías Contreras Uribe
Daniel y Ángela deseaban salir de paseo, respirar de la locura metropolitana que los agobiaba y dejar las preocupaciones a un lado.
—Dani quizás debas llamar a tu mamá y decirle que cancele el viaje familiar— dijo Ángela con expresión de arrepentimiento—. He pensado que ir a un lugar tranquilo a solas sería mejor, respirar aire puro ¿me entiendes?
—Tienes razón, creo que lo merecemos al menos una vez ¿te tinca…? —decía mirando a un lado —¿Y si vamos a acampar arriba, en ese santuario del que nos habló tu papá? dijo que tenía camping, trekking y todo eso.
—¡Sí, Yerba Loca! escuché que es hermoso, además se pueden hacer asados. Creo que sería genial, dicen que es posible ver el glaciar La Paloma— dijo Ángela emocionada mientras se disponía a buscar su celular.
Al día siguiente, iban por la autopista bajo un sol acogedor que adormecía lentamente a los viajeros. Daniel tuvo que despertar a su copilota sobándole el hombro.
—Bebé despierta, mira— le susurró mientras bajaba del auto.
—Wow, eso fue demasiado rápido recuerdo que pestañeé… ¡Solo fue un segundo! — reclamó Ángela ante la mirada burlesca de Daniel.
Una vez en la recepción del parque esperaban su turno, cuando de repente Ángela escuchó balbuceos provenientes de la entrada del parque; un hombre de edad avanzada y de aspecto harapiento iba escoltado por un guardia. —¡Ya basta! Déjeme entrar, ya le dije que mi familia está cerca del glaciar, ellos me llamaron ¿no los oyó? — decía desesperado el hombre mientras intentaba zafarse.
—Qué pena ¿no? — dijo Ángela enseñando su celular con las entradas.
—De seguro bebió, pobre viejo— comentó en voz baja Daniel mientras recibía los comprobantes.
—¿Pero que hace alguien borracho aquí? — preguntaba Ángela cuando accedían al parque.
—Está muy perdido de seguro anda sólo.
—Es triste pensar en los desamparados y pensar que en sus vidas no hay momentos como los nuestros Dani, ni siquiera pueden comer con dignidad — dijo Ángela mientras miraba el cielo de reojo.
—Bebé, este paseo es para despejar la mente no para llenarla de cosas, es común allá abajo. Olvidémoslo y gocemos este lugar.
El verde camino abrazado por el Sol cubría todo el terreno con un calor que animaba a los niños a correr por sombra. Los jóvenes tomaban fotos a las bellas cumbres que se avecinaban. Las montañas se vislumbraban más grandes mediante avanzaban hacia el campamento. En la zona de camping, ambos se apresuraron a instalar su carpa y acomodar las provisiones. La tranquilidad del santuario sorprendió un poco a Ángela recordándole los paseos junto a su familia cuando era pequeña, una paz que siempre atesora, en cambio Daniel se sentía atraído por la vista, pero agobiado por el calor.
—No quiero ni pensar en todo lo que falta
—¡Ya lo pensaste tonto! vamos sé optimista veremos un glaciar, gocemos este lugar—dijo Ángela entre risas evitando la mirada de Daniel mientras cruzaban un riachuelo.
Pasada la tarde y de vuelta al camping se encontraban calentado carne y bebiendo cerveza comentando los mejores momentos de la caminata.
—Bebé ni siquiera se veía resbaloso, parecías una jalea cuando intentabas no caer.
—Perdí el equilibrio porque escuché un ruido extraño— dijo secamente Ángela.
—¿En serio? ¿algún zorro o un tucúquere? Espera, te apuesto a que fue la niña que gritó ¡Murciélago!
—Que idiota, mejor ve esa carne que se está carbonizando— reclamó Ángela mirando la parrilla que ardía, pero luego fijando su vista en una extraña escena.
—Dani ¿recuerdas al hombre en la entrada del parque?
—No, pero ahora sí gracias
—Mira allá—le susurró Ángela apuntando a una carpa cercana. A espaldas el hombre en harapos revolvía cosas inquietamente. —Dani creo que está robando—susurró incorporándose. —¿Mmm… caballero?
—Adivinaré, piensas que estoy hurgando esta tienda ¿cierto? — dijo calmadamente el hombre.
—Eeeh… mire, me sorprendió… necesitaba saber si…
—Descuida jovencita, igual en parte es culpa mía— mencionó el hombre apreciando su vestimenta.
—Discúlpeme señor, es que lo vimos allá en la recepción y…
—¡Ah! creen que pueden alejarme. Se creen dueños de un santuario creado para el mundo…
—¿Cómo logró entrar sin que nadie lo detuviera? — preguntó Daniel.
—He vivido aquí en Yerba Loca por años—dijo el hombre con cierta emoción—Se cómo llegar, si no me creen pueden preguntarle a la Paloma, ¿desean verla no? Ella guarda recuerdos del ayer— decía apartándose de la carpa y contemplando las montañas—. Mi nombre es Gabriel, un gusto.
—Soy Ángela y él es Daniel y sí queremos conocerla, pero…
—¡Ah! No me creen obviamente, pero jóvenes, estos días son de locos ¿a quién creerle? —preguntó al aire Gabriel— Nuestro santuario está peligrando y ellos lo están permitiendo. La pareja quedó en silencio unos segundos.
—¿Qué quiere decir con que peligra? — preguntó Ángela.
—En estos tiempos nuestra flora y fauna se envenena por la ambición de los humanos— decía Gabriel mientras caminaba hacia los árboles —Como garrapatas chupando todo lo posible ¡Ah! Esas máquinas incrustadas como plagas a sus pies, como un veneno sigiloso. He estado cerca, lo necesario para reconocer la negligencia de quienes controlan todo.
—¿Habla de las minas?
—¡Sí! — decía Gabriel presionando con fuerza el tronco de un árbol —. Si siguen así no dejarán nada que perdure y el futuro no gozará como hoy lo hacemos nosotros.
—Oiga relájese ¿sí? — dijo Daniel tratando de calmar al hombre.
—¡Ah! Ustedes no tienen interés porque no les afecta, nadie les está quitando cosas directamente del bolsillo, de lo contrario responderían por ello. Mi amigo lo perdió todo— dijo Gabriel con pesar ante esto último.
—Habla de la naturaleza como si fueran seres vivientes— musitó Ángela.
—Lo son—sentenció Gabriel — y es por esa razón que debemos protegerla. Es un ciclo de necesidad, los humanos necesitan del agua y el frío que nos proporciona la Paloma y ella necesita que la protejamos de la contaminación y de las indiscriminadas excavaciones que hoy están en curso.
Cuando el sol se ocultaba tras las enormes montañas del santuario, una agradable charla tenía lugar frente a la parrilla.
—¿Puedo preguntar qué le pasó a su amigo? Dijo que la plaga acabó con él— preguntó Ángela viendo como Gabriel roía su presa de carne.
—¡Ah! Disculpen, ¿quieren conocer la historia? —preguntó Gabriel una vez terminado de comer — ambos jóvenes asintieron sin vacilar, ya no sabían que decir ante tanto misterio. —Les advierto, tendrán que aprender a escuchar. Primero cierren sus ojos, abandonen cualquier deseo de posesión— decía Gabriel cerrando sus ojos y levantándose de su asiento, esperando a que sus anfitriones lo imitaran. Ángela viendo que Daniel cedió, no dudó más y dejo caer los párpados.
En la oscuridad, Angela sintió el sonido del viento que iba afinándose hasta imitar una melodía que hacía que los recuerdos de su niñez se volvieran tristes. Abrió los ojos y a su alrededor las carpas ya no estaban, en su lugar variadas chozas de madera y pieles instaladas frente a fogatas rústicas calentando grandes presas de carne. Ángela atónita al darse cuenta de que estaba sola no sabía que hacer, inquieta dio un paso y un fuerte crujido resonó. Todo ocurrió muy rápido, un ruido de pasos acalorados y gritos inentendibles y pronto un grupo de personas provenientes de las chozas corría en dirección a la inmóvil joven. Pieles, carne, plumas, madera, caras pintadas, gente desnuda y de golpe una silueta negra abría los brazos disparada hacia Angela.
El helado viento penetraba en la piel de la temblorosa joven que cayó al suelo. No se atrevía a levantar la cabeza, pero al sentir un fuerte aleteo se incorporó rápidamente para contemplar una enorme ave negra de cabeza rojiza que la observaba. A su mayor asombro, vio que ya no estaba en suelo firme y que podía ver las nubes y las cumbres por lo alto; estaba en la cima de la montaña. La gigante criatura ofendida por el grotesco grito de Ángela agitó sus alas y comenzó a volar en círculos alrededor de ella, provocando ráfagas de viento. Cuando el vendaval acabó, una voz llegó a oídos de Ángela.
—Levántate ya— decía la voz agitada. Un hombre de rostro pintado y semidesnudo cubierto de piel animal por todo el cuerpo se encontraba agachado mientras mantenía una mano que brillaba de rojo sobre su abdomen.
—Déjalo, ya no importa. Ahora quiero que me escuches, ellos están aquí y querrán más, no dejarán nada. Todo está en peligro, eres lo único que le queda a este santuario. Mañana no estaré aquí, pero tú sí y ellos también, pero con voracidad y codicia sus manos tomarán todo sin dejar nada que perdure. El glaciar nos está escuchando, él es la conexión del antes con el después y mientras tú lo escuches, esta historia nunca será olvidada. Sé la voz del mañana, guíalos con tu conocimiento y verás que cada vez que lo intentes nos reuniremos nuevamente…— Tras estas últimas palabras Ángela y Daniel abrieron los ojos al mismo tiempo, para por fin contemplar el hermoso glaciar que brillaba bajo las estrellas y a una enorme sombra volar que lloraba hacia la luz de la Luna.